A menudo se cree que la socialdemocracia sueca ha existido desde siempre, fruto de una cultura nacional solidaria, o incluso producto de su homogeneidad histórica. Sin embargo, Suecia solía ser tan desigual como cualquier otro país europeo, y hacer de ella una socialdemocracia “normal” requirió de una lucha contra lo que alguna vez se consideró tradicional.
Noruega y Suecia lograron transformarse en modelos de democracia y justicia económica mediante luchas no violentas lideradas por trabajadores y agricultores. Su historia revela cómo el cambio colectivo y la redistribución de poder sentaron las bases para sociedades más igualitarias.