El nazismo utilizó el término “socialismo” como estrategia para ganar apoyo obrero, pero sus políticas económicas fueron profundamente capitalistas. A pesar de las intervenciones estatales, favorecieron la propiedad privada y la libre competencia. El régimen nazi se basaba en una ideología darwinista que veía a los “improductivos” como cargas económicas. La relación entre nazismo y socialismo es un mito impulsado por su uso cínico del término.
Las diferencias en la izquierda no solo marcan estilos personales, sino también su capacidad de disputar hegemonía sin diluirse en el lenguaje del adversario. Mientras los debates se centran en lo nuevo versus lo viejo, temas cruciales como la propiedad del litio quedan fuera. El relativismo, promovido por medios empresariales, erosiona certezas históricas, debilitando un proyecto transformador con vocación republicana.
El centrismo, presentado como neutralidad, esconde un sesgo que perpetúa el statu quo y beneficia a quienes ya están en el poder. Desde negar las desigualdades hasta minimizar crisis planetarias o sociales, esta postura evita reconocer los cambios necesarios para avanzar en justicia y derechos humanos. Lejos de ser una solución imparcial, el “centro político” a menudo frena los avances sociales y amplifica las desigualdades.
El proceso constituyente en Chile es una oportunidad histórica para redefinir su cultura política, superando los cerrojos heredados de la dictadura. En un contexto de crisis capitalista y civilizatoria, las izquierdas deben impulsar un marco normativo que garantice derechos fundamentales, representación democrática y condiciones materiales dignas para todas las personas, asegurando un futuro más justo y equitativo.
El debate sobre la composición del órgano constituyente en Chile revela prejuicios sobre quiénes deben participar en la redacción de una nueva Constitución. La élite política y económica ha definido históricamente los criterios de representación, excluyendo a sectores subalternos. La política no debe ser exclusiva de los “ganadores”, sino un espacio de deliberación que incorpore a quienes han sido históricamente marginados.
La columna de Eichholz sobre la desconexión de la elite chilena se centra en la metáfora de una relación familiar vertical, donde las clases medias, sin orientación, buscan reconocimiento en una revuelta identitaria. El autor plantea que la elite debe reconducir a la sociedad, pero se ignoran las profundas desigualdades de poder. La respuesta está en la búsqueda de dignidad, entendida como emancipación y transformación radical de las estructuras económicas y sociales.