Nada bueno ha resultado de enfrentar el legítimo malestar causado por las injusticias sociales y de género por medio de la represión, la negación y las acusaciones de infringir un código moral unitario, rígido y basado en una tradición que nunca ha sido compartida ni creada por el conjunto de la población, ni por las mujeres, sino por unos pocos y por la fuerza.
Los conflictos sociales han impulsado históricamente la democratización en Chile, enfrentando a un liberalismo de mercado incapaz de responder al malestar colectivo. Este movimiento exige reconstruir el tejido social, recuperar lo público y garantizar derechos básicos frente a un sistema que privilegia la desigualdad.