¿Para qué volver a clases?

Raúl Figueroa simboliza el vacío de un sistema educativo centrado en la competencia y no en el aprendizaje. Con la redacción de una nueva Constitución, se abre la oportunidad de reconstruir la educación con principios que prioricen la igualdad y el desarrollo colectivo.

Ver imagen original Ver imagen difuminada

Raúl Figueroa es mejor meme que ministro. Así ha quedado demostrado a través de las redes sociales cada vez que ha llamado a retomar las clases presenciales. Su política ha fracasado por impertinente. ¿Quién querría aumentar los factores de riesgo durante una pandemia en el contexto de una sociedad que ni siquiera tiene certeza sobre los datos reales de contagios y muertes?

Pero haciendo un análisis un poco más detenido, es posible sostener que también ha fracasado por carecer de contenido. Para el ministro, y, por lo tanto, para el gobierno, volver a clases significa simplemente volver a la sala de clases. De existir un proyecto educativo, los esfuerzos del ministerio se habrían enfocado en la distribución de los recursos materiales (infraestructura) e inmateriales (capacitación) necesarios para una implementación en línea sustentable.

Por otro lado, la desprofesionalización y explotación del profesorado han alcanzado un nuevo nivel de expresión. Si bien en la dimensión paralela en la que viven sujetos como la diputada UDI Loreto Letelier las (y los) profesoras se estarían tirando las pelotas en la casa, lo cierto es que su carga laboral, incluyendo las tareas no remuneradas que se han hecho propias de la labor docente, se ha multiplicado, invadiendo todavía más el espacio doméstico que debería estar destinado al ocio y la vida familiar con consecuencias para su salud mental que ya comienzan a hacerse palpables.

El actuar de Figueroa confirma que lo que va quedando de la desmantelada administración de Piñera adolece de un grave vacío. Para ellos, las escuelas y colegios sirven más como guarderías que como espacios tributarios al desarrollo intelectual del país. Y frente a la posibilidad de redactar una Constitución que de una vez por todas acabe con los fundamentos de la sociedad impuesta por la dictadura de Pinochet, esta inercia representa una gran oportunidad: La cancha está despejada para reiniciar la discusión.

Como en otras materias, hoy contamos con abundante literatura que destaca los puntos débiles del modelo. La meritocracia expresada en la competencia entre estudiantes e instituciones, propuesta en la década de los setenta del siglo pasado como un catalizador para la buena calidad de la educación y la movilidad social, ha derivado en la porfiada reproducción e incluso en la profundización de las desigualdades que se pretendían erradicar. La distribución socioeconómica de los resultados del SIMCE y de la PSU así lo demuestran una y otra vez.

Treinta años de gobiernos intoxicados por la ideología neoliberal nos han enseñado que las manos invisibles no existen y que la riqueza se reparte entre los mismos ricos de siempre antes de que alcance a chorrear. Es urgente sentar las bases para erigir un sistema educativo con un propósito claro y explícito. La nueva educación para el nuevo Chile debe considerar más lo que la evidencia científica ha establecido y menos lo que dicen supersticiones y consignas articuladas durante la guerra fría; debe plantearse objetivos compatibles con la construcción de una república democrática e incompatibles con la obsesión insana con los mercados; debe convocar la participación protagónica de quienes desarrollan su práctica en estas esferas y dejar en un segundo plano a los supuestos expertos que solo pisaron el aula cuando fueron alumnos.

La tarea es clara. El momento, oportuno. Por su naturaleza jurídica, la Constitución Política de la República no regula en detalle el funcionamiento del sistema educativo institucionalizado, pero sí establece los principios sobre los cuales se deberá articular. Definamos estos principios de acuerdo a los intereses del pueblo que habrá de educarse. De no hacerlo, corremos el riesgo de que se vuelvan a definir en beneficio de quienes se interesan más por la rentabilidad individual que por el bienestar de toda la sociedad. La historia no espera.

Comentarios

Si quieres dejar un comentario, contáctanos a heterodoxiachile@gmail.com. Tu dirección de correo no será usada para ningún otro propósito y eliminaremos el correo cuando publiquemos tu comentario. Si prefieres, puedes firmar el correocon un alias para usarlo en vez de tu nombre.

Comentarios

La “democracia” de lxs mejores: la política como silencio de quienes tienen menos

El debate sobre la composición del órgano constituyente en Chile revela prejuicios sobre quiénes deben participar en la redacción de una nueva Constitución. La élite política y económica ha definido históricamente los criterios de representación, excluyendo a sectores subalternos. La política no debe ser exclusiva de los “ganadores”, sino un espacio de deliberación que incorpore a quienes han sido históricamente marginados.

Las tres comunas más ricas y la democracia: una respuesta a Juan Carlos Eichholz

La columna de Eichholz sobre la desconexión de la elite chilena se centra en la metáfora de una relación familiar vertical, donde las clases medias, sin orientación, buscan reconocimiento en una revuelta identitaria. El autor plantea que la elite debe reconducir a la sociedad, pero se ignoran las profundas desigualdades de poder. La respuesta está en la búsqueda de dignidad, entendida como emancipación y transformación radical de las estructuras económicas y sociales.

Entrevista a Amaya Álvez

Conversación sobre justicia social, sostenibilidad, derechos de propiedad e issues indígenas. Se destaca la importancia de una sociedad más equitativa y sostenible, con ejemplos prácticos como jardines comunitarios y energías renovables. También se menciona la redistribución de tierras y la incorporación de perspectivas indígenas en las constituciones, como el ejemplo de Ecuador.

¿Es virtuoso el crecimiento económico?

El crecimiento económico ha sido la métrica central del progreso, pero ¿puede garantizar justicia social? Tyler Cowen argumenta que maximizarlo es una obligación moral hacia el futuro, ignorando desigualdades y dilemas éticos. Desde Veblen hasta Hägglund, críticos advierten que sin redistribución y tiempo libre, el crecimiento perpetuo erosiona el bienestar humano y amplifica tensiones sociales.